Barcelona

mayo 27, 2009
Barcelona

Barcelona

Una amplia y oreada avenida que rodea a las murallas, así como los jardines que se disponen en el interior de éstas, contribuyen a hacer de Barcelona una de las ciudades más hermosas del mundo. Nadie que la haya visitado en primavera podrá cansarse de hablar de sus atractivos.

Se encuentra asentada sobre un llano abierto hacia el Sureste y protegida en su parte occidental por el Montjuich Y por el Norte por una cadena de montañas que hacia el Oeste terminan en el monte de San Pedro Mártir. El suelo que tiene una profundidad que oscila entre los seis y los diez pies, está formado por arcilla.

Por este llano, junto a la ciudad, discurre un pequeño arroyo con el que se riega el campo durante el verano. Hacia el Oeste, al otro lado de Montjuich tiene su cauce el Llobregat, el río más largo de entre los que discurren entre el Ter, que pasa por Gerona, y el Segre, que desemboca en el Ebro después de nacer en los Pirineos.

Frente a la ciudad se alza la montaña de San Jerónimo, famosa por su convento y por sus espaciosos, sombríos y bien regados jardines. Desde esta elevación Montserrat, que parece estar a unas dos horas de camino a pie, nos brinda una vista magnífica, y en cualquier dirección que miremos el panorama es agradable y amplio. A los lados de esta montaña hay canteras de piedra caliza y de mármol.

Como lugar de residencia, Barcelona resulta no sólo delicioso, sino también saludable. Hay, sin embargo, algunos días en los que todos sus habitantes, y más especialmente los extranjeros, se sienten inclinados a considerarlo como un sitio insalubre y desagradable. Esto sucede cuando el viento del Este trae la niebla, que muchos días antes se puede ver acumulada mar adentro como si estuviera esperando una oportunidad para entrar en tierra. Los poros se cierran y el carácter se irrita tanto que incluso los mejores amigos deben andar, precaución en sus encuentros. Pero tan pronto como aparece la brisa del interior se levanta la niebla y sale el sol de entre las nubes, haciendo que toda, naturaleza sonría. Tanto en la Barceloneta como en la ciudadela, que alberga una guarnición de cinco mil quinientos hombres, las fiebres intermitentesdejan de atacar, y en invierno traen consigo la hidropesía y la ictericia, y en verano fiebres malignas. Las mismas enfermedades reinan más allá del Montjuich, en las tierras bajas que riega el Llobregat. Pero aunque a su paso el viento principal se carga de miasma, al ser desviado por esta alta montaña tiene ninguna influencia nociva sobre Barcelona.

Pocos lugares he abandonado con tanta pena; si no me hubiera marchado de Barcelona poco después, lo habría elegido como lugar de retiro en el que, con la ayuda de alguno de los padres, podría haber aprendido español.

Barcelona. Instituciones para la instrucción. La inquisición

mayo 27, 2009
Barcelona vista desde Montjuic

Barcelona vista desde Monjuit

Como las de toda ciudad antigua, las calles de Barcelona son estrechas y sinuosas. Se conservan todavía bastante bien una de las puertas y algunas torres de la vieja población romana, cuyo trazado, ocupando una pequeña elevación en el centro de la ciudad moderna, todavía puede distinguirse. Se han encontrado muchos sarcófagos, altares, imágenes, inscripciones y hasta un templo de Neptuno, que han sido bien descritos por los arqueólogos. Fue en esta ciudad donde Fernando e Isabel recibieron a Colón tras su regreso de América, y desde donde partió, en 1493, la segunda expedición del navegante.

Al visitar las iglesias de Barcelona se confirma un hecho que es posible observar hasta en las más insignificantes aldeas del sur de los Pirineos. Todos sus ornamentos datan de principios del siglo XVI, y son por tanto posteriores a la llegada a España del primer oro y plata americanos; pero cada retablo, y con él todas sus columnas, muestra que no avanzaron conjuntamente el buen gusto y la riqueza. Ésta les llegó por sorpresa, encontrándoles sin preparación para utilizarla adecuadamente. Por eso incluso las columnas corintias y compuestas están recargadas con nuevos ornamentos, y no importa que sean estriadas o salomónicas para que hiedras o parras las invadan y una multitud de ángeles que revolotean a su alrededor y de querubines que trepan por ellas casi las oculten por completo, mientras que un fulgor de oro cubre toda esta ridícula amalgama. Aunque la generación actual está más preparada y posee un gusto más refinado, le falta decisión para reformar los abusos y suprimir esos ornamentos que han sido aprobados por el fervor y la devoción ciegos de sus antepasados.

Posee la ciudad una academia de bellas artes abierta para todos, en la que imparten clases de dibujo, arquitectura y escultura bajo la dirección de don Pedro Moles y de otras personas que también son excelentes en el arte que cultivan. Dispone de siete espaciosas salas dotadas por el rey de mesas, banquetas, luces, papel, lápices, dibujos, patronos, vaciados y modelos humanos. Se reúnen de diez a doce por las mañanas, de seis a ocho durante las tardes de invierno Y de ocho a diez en las de verano.

El número de sus alumnos es elevado; una noche conté a más de quinientos muchachos, muchos de los cuales estaban acabando unos dibujos en los que mostraban grandes dotes o una aplicación poco común. Esto no quiere decir que todos ellos vayan a dedicarse a la pintura, de hecho quizá ninguno lo haga; esto no era la intención del gobierno, ni mucho menos la del conde de Campo manes, a quien se debe la iniciativa de su creación. La mayor parte de estos muchachos, si no todos, son aprendices de artesanos que enriquecen sus conocimientos profesionales mediante la práctica del dibujo, un arte que se distingue fundamentalmente por desarrollar la capacidad de imitación. No sólo el escultor, el arquitecto y el ingeniero, sino también el fabricante de carruajes, el ebanista, el tejedor o incluso el sastre y el mercero pueden sacar gran provecho de la agudeza visual y de la capacidad de invención que proporciona la práctica del dibujo y del diseño. Se trata de una institución de la que está muy necesitada Inglaterra.

Don Pedro Moles es un artista cuyas obras han sido admiradas en todo el mundo por la belleza de su trazo y la fuerza de su expresión. Es una pena que le hayan quitado el buril de la mano, pues aunque quizá sea más útil dirigiendo esta academia, como grabador habría adquirido una fama más duradera y podría mantener mejor a su familia.

Una de las siete salas está habilitada como escuela de náutica y dispone de todo lo necesario para enseñar el arte de la navegación. Los estudiantes, en la actualidad sólo treinta y seis, se reúnen diariamente de ocho a diez de la mañana y de tres a cinco de la tarde. Desde su creación han salido de ella más de quinientos pilotos capacitados para dirigir una embarcación hacia cualquier parte del mundo.

Igual de bien equipada y dirigida se encuentra la academia militar, cuyos alumnos disponen para realizar sus estudios de tres magníficos departamentos donde se les enseña desde los rudimentos de las matemáticas hasta los aspectos más sofisticados de su profesión.

Además de estas instituciones dedicadas a la instrucción de los que se aplican a las armas, no faltan otras cuya utilidad es más general y que abren sus puertas a todos los ciudadanos sin distinción. Se trata de de un gabinete de historia natural y de cuatro bibliotecas públicas; tres de ellas de carácter general y la otra especializada en medicina y cirugía. El gabinete, que pertenece a don Jaime Salvador, defraudó las altas expectativas que los informes que sobre él poseía me habían hecho albergar. Hace unos treinta o cuarenta años habría sido digno de atención, pero la ciencia misma y los gabinetes de los aficionados han progresado tanto que colecciones que en su día asombraron, en la actualidad son con razón contempladas con fría indiferencia. Las bibliotecas de carácter general son la del Colegio del Obispo, la de los carmelitas y la de los dominicos. Esta última fue la que encontré más digna de atención, pues contiene más libros modernos de valor que las demás.

En resumen, a través de estas bibliotecas cualquiera puede disponer durante seis horas al día, excepto festivos, de los libros más adecuados a la naturaleza de su estudio. En el convento de los dominicos hay una sala repleta de libros prohibidos por la Inquisición y, para asegurarse de que nadie se sentirá tentado de leerlos, todos los espacios libres están ocupados por representaciones de demonios destrozando huesos huma nos, se supone que de herejes. Pero por si esta visión no fuera bastante para retraer a los curiosos, están encerrados con llave y sólo se puede acceder a ellos mediante un permiso especial.

En el claustro de los dominicos hay más de quinientas inscripciones que recuerdan otras tantas sentencias dictadas contra herejes e indican el nombre, la edad, la profesión y el domicilio de cada uno de ellos y la fecha y causas por las que fue condenado. También si fue quemado en persona o en efigie, o si se retractó y fue salvado, no de la hoguera, pues podía reincidir, sino de las llamas del infierno. Se trataba en su mayor parte de mujeres, que fueron condenadas entre 1489 y 1726. Debajo de cada inscripción aparece retratado el hereje en el momento en que los demonios han devorado más de la tercera parte o la mitad de su cuerpo. Quedé tan asombrado por las formas fantásticas que los pintores habían creado y por las extrañas actitudes de los herejes, que no pude resistir la tentación de copiar algunas de estas escenas cuando nadie pasaba por el claustro. Algún tiempo después, conversaba con un inquisidor que me honraba con su visita, cuando tomó mi libro de apuntes con una actitud indiferente y por casualidad lo abrió precisamente por la página donde había dejado mis dibujos. Yo me reí; él se sonrojó; pero ninguno dijimos nada. Cuando regresé a Barcelona, quince meses más tarde, me dijo sonriendo: «Ya ve que puedo guardar un secreto, y que no desconocemos las reglas del honor.»

Durante mi estancia en Barcelona tuve la oportunidad de ver reunidos a todos los miembros de la Inquisición en una gran procesión que celebraba la fiesta de su santo patrón, San Pedro Mártir, en la iglesia dominica de Santa Catalina. Habría sido una bendición para la cristiandad que todas las fiestas de esta orden hubieran sido tan inocentes como ésta. No obstante, todo el mundo reconoce que sus miembros son hombres de valía, y muchos de ellos se distinguen por su humanidad, lo que dice mucho a favor de esta corporación en Barcelona.

Solía visitar las iglesias a todas horas y asistía a todas las funciones religiosas que se celebraban en ellas. La tarde del viernes 28 de abril me reuní con un grupo de amigos para escuchar un servicio penitencial en el convento de San Felipe Neri. Apenas había acabado la primera parte del miserere cuando se cerraron las puertas, se apagaron las luces Y nos quedamos en la más completa oscuridad. En ese momento, cuando el ojo no podía distraer a la mente, nuestra atención despertó ante la llamada de la armonía, pues toda la congregación unió sus voces cantando el miserere con agradable solemnidad. Al principio lo hacían con tonos suaves Y melancólicos; pero después de desnudar sus espaldas y prepararlas para recibir el látigo empezaron todos simultáneamente a flagelarse, alzando la voz Y acelerando el ritmo, que aumentaba poco a poco tanto en velocidad como en violencia, mientras se flagelaban con mayor vehemencia y cantaban con más fuerza y aspereza. A los veinte minutos se había perdido cualquier posibilidad de distinguir los sonidos y todo terminó en un profundo gemido. Aunque estaba preparado para encontrar algo terrible, esto superó de tal manera mis expectativas que se me heló la sangre; Y uno del grupo, que no se caracterizaba por tener los nervios sensibles, rompió a llorar al encontrarse con semejante espectáculo sin esperarlo.

Esta disciplina se repite todos los viernes del año, se hace más frecuente durante la Cuaresma Y se celebra diariamente en la Semana Santa. No podía preguntar qué ventajas obtenían o qué beneficios esperaban recibir a cambio de este castigo; sin embargo, a juzgar por lo generalizado que está el vicio en España, me temo que esta costumbre tiene muy poca o ninguna utilidad para la reforma de la moral del país.

Hospital General de Barcelona

mayo 25, 2009
fachada del hospicio de Sevilla

fachada del hospicio de Sevilla

En toda Europa nunca he visto un Hospital mejor administrado que el Hospital General de Barcelona. Destaca por su particular atención a los convalecientes, que una vez restablecidos de sus enfermedades abandonan el pabellón de los enfermos y disponen de habitaciones individuales donde pueden recuperar sus fuerzas antes de reincorporarse a la cotidiana y dura actividad con la que se ganan el pan. Nada puede haber más humano y beneficioso que esto. En 1785 ingresaron nueve mil doscientos noventa y nueve pacientes, y al año siguiente, seis mil cuatrocientos ochenta y ocho. De ellos enterraron a ocho cientos cincuenta y cuatro y novecientos veintiséis, respectivamente, lo que arroja un promedio de cerca de la novena parte de los enfermos, aunque hay que tener en cuenta que muchos van a los hospitales públicos sólo para conseguir gratuitamente sus funerales.

La administración de este hospital se encarga también de un hospicio con capacidad suficiente para atender las necesidades de la ciudad y sus alrededores. El promedio de estos dos últimos años da una suma de quinientos veintiocho niños abandonados, de los cuales las dos terceras partes murieron. Se trata de una proporción escandalosa, consecuencia inevitable de la separación de las criaturas de sus madres y de su hacinamiento en la ciudad; en especial si, como sucede en Barcelona, una sola nodriza tiene que atender a cinco. Es lamentable que no recurran a la leche de cabra, como hacen los franceses, y que no hayan aprendido a utilizar biberones, tal y como hacen los niños del orfanato de Dublín.

Los niños de esta institución aprenderán algún oficio al llegar a la edad adecuada. A las niñas en edad de casarse se las llevan en procesión por las calles, y cualquier joven que encuentre a alguna apropiada para hacerla su esposa está en libertad de señalarlo, lo que hacen arrojando un pañuelo.

Además de estas instituciones de caridad, existe en Barcelona un hospital para huérfanos que no visité.

El hospicio de Barcelona y la Reales Casas de Galera y Corrección

mayo 25, 2009
la caridad de Murillo

la caridad de Murillo

Lo siguiente que me atrajo fue el hospicio, una institución donde se da trabajo a los pobres. Fue fundado en el año 1582, en una época en la que todos los gobiernos de Europa empezaban a ocuparse seriamente de la situación de los desheredados. Tiene agregado el hospital de misericordia, el cual fue encomendado en 1699 al cuidado de unas monjas franciscanas llamadas monjas terciarias de San Francisco. Todo el edificio fue reformado en 1772. Este establecimiento atiende a niños cuyos padres tienen que cargar con una prole numerosa, a mendigos y a otros seres desgraciados. En 1784 asistía 1.466 indigentes; en 1785, a 1383 y en 1786, año en el que lo visité, a mil cuatrocientos sesenta, lo que nos da una media de 1.436. De éstos, unos mil están capacitados para trabajar, trescientos son deficientes mentales, y el resto niños. Su presupuesto anual asciende a unas cuarenta y ocho mil doscientas libras catalanas, alrededor de cinco mil ciento sesenta y cuatro libras esterlinas.

El rey asigna a cada indigente catorce maravedíes diarios, más o menos un penique, en concepto de ración de pan. La contribución voluntaria llega a unas quince mil libras catalanas, y lo que falta lo aporta el obispo. Las mujeres Y los niños se dedican a tejer, hilar y hacer cintas. Los hombres cardan, peinan, hilan y tren Un algodón, lino y lana. El producto de este trabajo es bastante escaso, pues apenas llega a una media de penique y medio por persona y día; y hay que tener en cuenta además un dato que nunca se puede olvidar al hablar de España, y es que sólo hay trescientos días laborables, y únicamente mil pobres aptos para trabajar. Aun así, esta producción es proporcionalmente mayor que la de instituciones similares de Inglaterra. A pesar de que ningún asilado podría estar mejor vestido, alimentado, atendido o alojado, y de que nadie les tratará con mayor ternura cuando caigan enfermos, no olvidan fácilmente su falta de libertad. Así, desprecian todas estas comodidades cuando las comparan con la libertad perdida; y si se les permitiera mendigar de puerta en puerta, muy pocos, además de los demasiado decrépitos, permanecerían dentro de esas paredes. Esta prohibición es, sin embargo, muy beneficiosa, pues la mayoría de los jóvenes de Barcelona, cualquiera que sea su capacidad y energía, se unen en agrupaciones de ayuda recíproca, de la misma manera y casi con los mismos métodos que adoptan nuestras sociedades de amistad en Inglaterra. Cada una de estas fraternidades posee un nombre, que corresponde al del santo a cuya protección se han encomendado. Sus fundamentos son muy respetables, y con su perfecta organización impiden que nadie, excepto los más descuidados e inútiles, caiga en la vergüenza de ser incluido entre los tontos y los locos. Aquellos que aunque están capacitados para trabajar prefieren una vida de ocio y vicio quedan en manos de la ley.

No podemos omitir una alusión al admirable reformatorio. Tiene dos funciones: se ocupa, por una parte, de la reforma de prostitutas y ladronas y, por otra, de la corrección de mujeres que no cumplen con sus obligaciones para con sus maridos o que han abandonado o deshonrado a sus familias. Atendiendo a esto, el edificio que lo alberga ha sido dividido en dos sectores sin comunicación entre sí: las llamadas Real Casa de Galera y Real Casa de Corrección. A cada uno de ellos el rey asigna siete dineros para comprar dieciocho onzas de pan, y nueve, que es casi un penique, para carne. Esta institución se nutre de multas y de lo que produce el trabajo sin descanso que están obligadas a realizar las mujeres. De los alrededor de cinco chelines mensuales que éste proporciona, ellas se quedan con la mitad, mientras que la décima parte de lo que queda pasa al alcayde o gobernador, quien ve así estimulado su celo para con sus obligaciones. Estas mujeres, que trabajan de sol a sol, ganarían mucho más si la gran cantidad de días festivos que hay no lo impidiera. A las que merecen una corrección más severa que la que sus maridos, padres u otros parientes pueden administrar se las confina, por orden de los magistrados y durante un tiempo proporcional a la gravedad de sus faltas, en esta mansión real o Casa Real de Corrección. El pariente que ha solicitado el arresto paga tres sueldos diarios, cuatro peniques y medio, para su manutención; y han de conformarse con una cantidad tan exigua. El producto de su trabajo, que aquí es obligatorio, no lo reciben hasta el momento en que expira su reclusión. Aunque la totalidad del edificio tiene capacidad para alojar a quinientas mujeres, actualmente sólo lo ocupan ciento trece. Entre ellas las hay de elevada clase social, cuya ausencia del hogar se justifica diciendo que han ido a visitar a algunos amigos que viven lejos. Los castigos corporales se suministran cuando se creen necesarios para su corrección. Este establecimiento se encuentra bajo la dirección y administración del regente de la audiencia, que recibe la colaboración de los dos jueces penales mayores y del alcayde y sus colaboradores. Uno de los jueces me mostró todos los departamentos y me proporcionó toda la información. Entre otras cosas, me contó que en ese momento tenían ingresada a una señora muy distinguida, acusada de alcoholismo y de llevar una conducta desordenada.

La gente de Madrid

mayo 25, 2009
garrote de un asesino

garrote de un asesino

Una mañana, mientras me desayunaba con los pies encima del brasero, entró la patrona en mi aposento y me dijo: « Don Jorge, aquí está mi hijo Baltasarito, el nacional. Ya se levanta de la cama y, al saber que teníamos un inglés en casa, me ha pedido que le presente, porque tiene mucha afición a los ingleses por sus ideas liberales. Aquí le tiene usted, ¿qué le parece?»,

Me guardé de decir a su madre mi opinión. A mi parecer, hacía muy bien en llamarle Baltasarito, porque jamás el antiguo y sonoro nombre de Baltasar se habría dado a sujeto tan exiguo. Podría tener hasta cinco pies y una pulgada de altura y era más bien corpulento para su talla; el rostro amarillento y enfermizo, pero con cierta expresión de fanfarronería; los ojos pardos, muy oscuros, eran vivos y brillantes. Iba vestido, o más bien desvestido, malamente, con una gorra de cuartel y un capote de reglamento, viejo y muy holgado, que hacía las veces de bata.

– Celebro mucho conocerle, señor nacional -le dije en cuanto su madre se retiró y así que Baltasar se hubo sentado y encendido, claro está, un cigarro de papel en el brasero-. Me alegro mucho de haberle conocido, sobre todo porque, según me ha dicho su señora madre, tiene usted gran influencia con los nacionales. Yo, como extranjero, puedo tener necesidad de un amigo; la fortuna me favorece al proporcionarme uno que es miembro de tan poderoso cuerpo.

BALTASAR: Sí, tengo bastante mano con los otros nacionales; en Madrid no hay ninguno más conocido que Baltasar ni más temido por los carlistas. ¿Dice usted que puede hacerle falta un amigo? Pues ya sabe que dispone de mí para cuanto se le ofrezca. Tanto yo como los demás nacionales nos enorgulleceremos sirviéndole a usted de padrinos, si tiene entre manos algún lance de honor. Pero ¿por qué no se hace usted de los nuestros? Le recibiríamos a usted con mucho gusto en el cuerpo.

YO: ¿Son muy duras las obligaciones de un nacional?

BALTASAR: Nada de eso. Estamos de servicio una vez cada quince días y luego suele haber alguna revista de poca duración. Las obligaciones son ligeras y los privilegios grandes. Por ejemplo, yo he visto a tres compañeros míos pasearse un domingo por el Prado, armados de estacas, y apalear a cuantos les parecían sospechosos. Más aún: tenemos la costumbre de rondar de noche por las calles, y cuando tropezamos con alguien que nos desagrada, caemos sobre él y, a cuchilladas o bayonetazos, le dejamos, por lo común, en el suelo revolcándose en su propia sangre. Sólo a un nacional se le permitiría hacer tales cosas.

YO: Supongo que todos los nacionales serán de opinión liberal.

BALTASAR: ¡Así debiera ser! Pero hay algunos, don Jorge, que no nos parecen muy de fiar. Son pocos, sin embargo, ya casi todos los conocemos. La vida que llevan es poco envidiable, porque cuando están de guardia, nos burlamos de ellos y con frecuencia los damos de palos. La ley obliga a todos los hombres de cierta edad a servir en el Ejército o a alistarse en la Guardia Nacional ; por eso hay en nuestras filas algunos de esos godos.

YO: ¿Hay muchos carlistas en Madrid?

BALTASAR: Entre la gente joven, no; la mayor parte de los carlistas madrileños capaces de llevar armas se fueron hace tiempo a la facción. Los que quedan son casi todos viejos o curas, buenos tan sólo para reunirse en algún café apartado y proyectar fantásticos complots. ¡Que hablen, don Jorge, que hablen! Los destinos de España no dependen de los deseos de ojalateros y pasteleros, sino de las manos de los nacionales, intrépidos y firmes, como yo y mis amigos, don Jorge.

YO: Por su señora madre he sabido, con pena, que hace usted una vida muy desordenada.

BALTASAR: ¡Cómo! ¿Se lo ha dicho a usted, don Jorge? ¡Qué quiere usted, don Jorge! Soy joven, y la sangre joven hierve en las venas. Los nacionales me llaman el alegre Baltasar y mi popularidad se funda en la jovialidad de mi carácter y en mis ideas liberales. Cuando estoy de guardia, llevo siempre la guitarra, ¡y si viera usted qué función se arma! Mandamos por vino, y los nacionales se pasan la noche bebiendo y bailando, mientras Baltasarito toca la guitarra y canta canciones de Germanía:

Una romí sin pachí

le penó a su chindomar, etc.

 Esto es gitano, don Jorge. Me lo han enseñado los toreros de Andalucía; todos hablan gitano, y muchos lo son de raza. Montes, Sevilla, Poquito Pan, son amigos míos. No hay función de toros, don Jorge, en que no esté Baltasar con su amiga. En el invierno no se dan corridas de toros, don Jorge, que si no, le llevaría a usted a una; por suerte, mañana hay una ejecución; una función de la horca, e iremos a verla, don Jorge.

Fuimos a ver la ejecución, que no se me olvidará en mucho tiempo. Los reos eran dos jóvenes, dos hermanos, culpables de haber escalado de noche la casa de un anciano y asesinádole cruelmente para robarle. En España estrangulan a los reos de muerte contra un poste de madera en lugar de colgarlos, como en Inglaterra, o de guillotinarlos, como en Francia. Para ello, los sientan en una especie de banco, con un palo detrás, al que se fija un collar de hierro, provisto de un tornillo; con el collar se le abarca el cuello al reo, y a una señal dada, se aprieta con el tornillo hasta que el paciente expira. Mucho tiempo llevábamos ya esperando entre la multitud, cuando apareció el primer reo, montado en un asno, sin silla ni estribos, de modo que las piernas casi le arrastraban por el suelo. Vestía una túnica de color amarillo azufre, con un gorro encarnado, alto y puntiagudo, en la rapada cabeza. Sostenía entre las manos un pergamino, en el que había escrito algo, supongo que la confesión de su delito. Dos curas llevaban al borrico por el ramal; otros dos caminaban a cada lado, cantando letanías, en las que percibí palabras de paz y tranquilidad celestiales; el delincuente se había reconciliado con la Iglesia, confesado sus culpas y recibido la absolución, con promesa de ser admitido en el cielo. Sin mostrar el más leve temor, el reo se apeó y subió sin ayuda al cadalso, donde le sentaron en el banquillo y le echaron al cuello el corbatín fatal. Uno de los curas comenzó entonces a decir el Credo en voz alta, y el reo repetía las palabras. De pronto, el ejecutor, colocado detrás de él, dio vueltas al tornillo, de prodigiosa fuerza, y casi instantáneamente aquel desdichado murió. A tiempo que el tornillo giraba, el cura comenzó a gritar, pax et misericordia et tranquillitas, y gritando continuó, en voz cada vez más recia, hasta hacer retemblar los altos muros de Madrid. Luego se inclinó, puso la boca junto al oído del reo, y de nuevo clamó, como si quisiera perseguir a su alma en su marcha hacia la eternidad y consolarla en el camino. El efecto era tremendo. Yo mismo me excité tanto, que involuntariamente exclamé: ¡Misericordia! y lo mismo hicieron otros muchos. Nadie pensaba allí en Dios ni en Cristo; todos los pensamientos se concentraban en el cura, que en tal momento parecía el más importante de todos los seres vivos, con poder suficiente para abrir y cerrar las puertas del cielo o del infierno, según lo tuviese a bien; pasmoso ejemplo del sistema papista imperante, cuyo principal designio fue siempre mantener el ánimo del pueblo todo lo apartado de Dios que podía, y en concentrar en el clero sus esperanzas y temores. La ejecución del segundo reo fue enteramente igual; subió al patíbulo a los pocos minutos de haber expirado su hermano.

garrote de un asesino